Localidad: Poza de la Sal

El castillo de Poza de la Sal es una de las fortalezas más espectaculares e inexpugnables de la provincia de Burgos. La defensa fue una preocupación constante en las villas castellanas en la Edad Media, pero en Poza lo fue aún más por el control del paso de La Bureba al Páramo y por la salvaguarda de las salinas, fuente de riqueza primordial de sus habitantes.

El primitivo castillo estuvo muy probablemente situado en la zona que hoy se denomina el Castellar, elevación que domina el anfiteatro salino. Entorno a la fortaleza se instaló la población. Desde allí descendió en los siglos XI o XII para ocupar el emplazamiento actual, que en esa época recibía el nombre de Poza de Yuso o de Abajo. En cualquier caso, a mediados del siglo X Poza ya estaba habitada, figurando como uno de los cinco alfoces documentados en La Bureba. Esta capital de un pequeño alfoz no tardó mucho en amurallar todo su perímetro. Su castillo pasó por diferentes manos, e incluso, por la aplicación del testamento de Sancho el Mayor, se transfirió al reino de Navarra en el año 1035. Pero quienes dieron carácter definitivo al castillo y a las murallas de Poza fueron los Rojas, miembros de un importante linaje. En 1298, Fernando IV entregó Poza a Juan Rodríguez de Rojas, convirtiendo su condición de realengo en señorío nobiliario. Los Rojas protegieron las salinas y se hicieron con el control total de las explotaciones, asegurándose en esta villa residencia y defensa. La fortaleza se levanta en lo más alto de la peña, en el Roquero. Dos cubos flanquean la puerta de entrada al patio de armas, protegida por un foso y por una cerca. Los Rojas construyeron en la base del castillo un espectacular alcázar, que muestra la grandeza de su señorío, del que hoy tan solo se conservan dos cuerpos y una torre cuadrada.

En 1528 sirvió de prisión a los embajadores de la Liga Clementina, por orden del Emperador Carlos V.

En el siglo XVIII tanto el alcázar como el castillo aparecían arruinados tras haber prestado a sus señores y a la Corona importantes servicios. Pero en 1808, al comenzar la Guerra de la Independencia, el castillo revivió. Los franceses lo rehabilitaron en la medida de lo posible y se instalaron allí por la amplia perspectiva que les ofrecía sobre la zona. Tras la Guerra de Independencia el castillo aún siguió prestando servicios de vigilancia durante las guerras carlistas.