Localidad: Poza de la Sal

Poza de la Sal debe su nombre al afloramiento salino que se produce en sus inmediaciones. Gracias a la sal, Poza puede hoy explicar, no sólo su nombre, sino también la razón histórica de su existencia, su pasada actividad económica, sus costumbres y el talante de sus gentes. El diapiro de Poza de la Sal es uno de los enclaves más singulares y atractivos de la Provincia de Burgos. Se trata de un afloramiento salino, casi a cielo abierto, conocido por los pozanos como “el Salero”. Forma un enorme anfiteatro en cuyo centro se sitúa El Castellar, primitivo asentamiento de Poza. La sal de este diapiro fue explotada por el hombre desde tiempos prehistóricos, pero fueron los romanos quienes impulsaron la explotación y construyeron puentes y caminos para su comercialización. Durante el gobierno de Fernán González, el Salero de Poza estuvo en la base de la incipiente economía castellana. La gran importancia de la sal a lo largo de la historia explica la codicia de reyes y nobles por ejercer su dominio sobre las salinas. De hecho, en Castilla el dominio y la explotación de la sal fue casi siempre un derecho exclusivo de la Corona, una regalía, aunque fueran los mismos reyes los que concedieran frecuentemente derechos de explotación a particulares o a entidades eclesiásticas. En este sentido, destaca la intervención de Felipe II, quien, en 1564, racionaliza las explotaciones salineras, con resultados excelentes para la producción. Para llegar a los filones de sal gema se excavaron pozos, que en el pueblo se conocen con el nombre de cañas. Tienen casi un metro de sección y hasta cuarenta metros de profundidad, comunicándose entre sí mediante galerías subterráneas. Por el más elevado de la serie se introducía
agua dulce procedente de los urnios, estanques situados en la parte superior del banco salinero. La finalidad era disolver la sal, convirtiéndola en salmuera, esto es, agua saturada de cloruro sódico. Se extraía de las cañas con torno o a mano, en unos odres de piel de cabra y se depositaba en las granjerías, que eran estanques impermeabilizados en donde la salmuera permanecía hasta junio. En verano se distribuía sobre las eras, depósitos o plataformas de escasa profundidad para facilitar la evaporación del agua. La sal precipitada en el fondo se empujaba a las chozas existentes en su parte inferior, donde se guardaba hasta que era transportada a los almacenes. La labor del salinero se completaba con la del arriero, que era la persona encargada de comercializar la sal. Había dos clases de arrieros, los que transportaban la sal desde el Salero a los alfolíes o almacenes de sal, y los que trajinaban con sal o sin ella hasta los puertos del Cantábrico y hasta Madrid. Los elementos que perviven en el entorno pozano en relación con la industria de la sal son las eras, cuyo número ronda las dos mil, los restos del depósito de sal mandado construir por Felipe II, el almacén de la Magdalena, visible en lo alto, y, muy especialmente, la Casa Administración de las Salinas, obra del s. XVIII, situada al final de la calle Mayor y hoy convertida en Centro de Interpretación de las salinas.
En la actualidad las salinas de Poza han perdido su función milenaria, pero constituyen un testimonio único de una de las actividades económicas más tradicionales, complejas y perdurables en el tiempo. Así mismo el paraje es de una gran calidad tanto por el bellísimo entorno natural como por el valor patrimonial de la villa, declarada conjunto histórico.